Juego recomendado para personas mayores de 7 años.

El pasado 28 de junio, día del orgullo LGTBIQ, reivindicamos desde nuestros márgenes la necesidad de reconocer y proteger legalmente las identidades trans. Un día después el Consejo de Ministros dio luz verde a un anteproyecto de ley LGTBIQ que, sin parar a valorar su falta de calidad, pone cierre a meses de bloqueo por parte del sector reaccionario del PSOE. 

Teniendo en cuenta este contexto, me vino a la mente uno de los últimos juegos que he podido disfrutar en mi Nintendo Switch a lo largo del mes de junio: Celeste

La idea original de este juego, que posteriormente se convertiría en lo que hoy entendemos como uno de los mejores videojuegos de plataformas de los últimos años, se concibió durante una game jam de cuatro días de duración en los que Maddy Thorson y Noel Berry, sus creadoras, tuvieron presente en todo momento la posibilidad de jugar el juego como un reto de speedrun, lo que ha garantizado el cariño de la comunidad hacia el juego. 

Celeste es un videojuego de plataformas extremadamente difícil en el que acompañamos a una chica llamada Madeline, que ha decidido escalar la montaña que le da nombre al videojuego, Montaña Celeste, para lidiar con sus problemas de salud mental y sus inseguridades. A lo largo de este ascenso se irá encontrando con determinados personajes que afectarán en mayor o menor medida en su escalada. 

Y es en esa subida, en ese periplo a través de Montaña Celeste, en el que comprendemos algo que la propia autora confirmaría más tarde: Madeline es una persona trans. Una persona que se está adentrando en su propio viaje de autodescubrimiento, aceptación y sufriendo disforia como consecuencia del sistema que ni la comprende, ni pone a su disposición un entorno en el que poder desarrollarse sanamente como ser humano. Esta experiencia resuena a nivel de herida con cada una de las personas trans que hemos tenido que plantearnos qué lugar ocupamos en esta sociedad y si el género que nos asignaron al nacer, ese constructo desarrollado a lo largo del tiempo, corresponde con el concepto que tenemos de nosotras mismas. 

Todo esto me lleva a reflexionar si esta otredad impuesta, si la opresión compartida, no es un sentimiento extendido a la cuasi totalidad de la población que, de una forma u otra, tiene que hacer frente a machismo, racismo, clasismo, lgbifobia o transodio. ¿Quién encaja en el dogma del hombre blanco cisheterosexual? ¿Quién es merecedora de ese carnet que comentaba mi compañera La Rousse y que se extiende a todas las facetas de nuestras vidas?

Celeste

Y si estoy en lo cierto, si este sentimiento es un sentimiento compartido, entonces el contenido trans no es un contenido nicho, pues en su propia existencia se condensa la realidad de lo que es meramente humano.