Un artículo por Sara Aguirre – @sara_localizes

Si estás leyendo esto, estás utilizando una poderosa herramienta de comunicación que, a pesar de ser tan crucial en la evolución y desarrollo de nuestra especie, todavía no se sabe exactamente cómo se originó ni cuándo, ya que no existen pruebas empíricas ni registros de cómo se dio por primera vez. El lenguaje es un instrumento de comunicación prácticamente omnipresente desde que tenemos uso de razón. Incluso antes de entenderlo o emplearlo ya recibimos estímulos lingüísticos de nuestro alrededor, tanto de forma oral como escrita. Es una característica propia del ser humano que nos ha permitido evolucionar y que ha sido un factor decisivo que ha marcado nuestra historia como especie.

Históricamente, el lenguaje siempre ha tenido un lugar especial en la sociedad: las creencias más antiguas temían y respetaban el poder de afirmar o negar tres veces; los juglares y trovadores jugaban con recursos lingüísticos para comunicar; el pueblo romano valoraba a quienes eran capaces de orar con corrección y belleza; y nuestros abuelos sabían que a las personas mayores, padres y profesorado había que tratarlos con respeto.

Se podría decir que el uso del lenguaje siempre se ha concebido desde una dimensión “consciente” de cada hablante, es decir, normalmente pensamos en cómo expresarnos o qué palabras serían las más adecuadas según el contexto; pero también tiene una dimensión “inconsciente”, puesto que también usamos palabras o formas de comunicarnos sin considerar su impacto real o potencial. Esto muchas veces se debe a la influencia que tiene nuestra educación y nuestro entorno, que puede no contemplar realidades diferentes a la nuestra. ¿A quién no le ha pasado que ha ofendido a alguien sin pretender hacerlo o ha intentado buscar las palabras adecuadas para evitar malinterpretaciones?

Ahora bien, más allá del poder de comunicar de forma correcta y evitar malentendidos u ofensas, ¿por qué la palabra es tan poderosa?

Más allá de la corrección en la expresión oral y escrita, su poder reside en que da forma a la realidad. Es el instrumento que conceptualiza la visión que tenemos del mundo, es decir, “empaqueta” la información de modo que el cerebro pueda almacenarla y procesarla. El cerebro funciona con etiquetas, y estas etiquetas son las palabras. Son tan potentes que son capaces de crear o eliminar realidades. Así pues, cuando algo se nombra, es porque está conceptualizado (o se empieza a conceptualizar) y, por tanto, existe.

Quizá pienses que este tipo de “poder” no es como para darle tanta importancia al simple hecho de que las palabras existan y designen realidades, porque al final es en lo que consiste el lenguaje. Pero cuestiónatelo al revés. Es muy probable que, si no conocieras la palabra “internet”, no supieras que el concepto de “red informática a nivel mundial” existe. Se puede dar el caso de que una realidad no “exista” en tu microentorno porque carezca de una palabra que la designe. Por ejemplo, hay muchos conceptos culturales que se dan en un idioma y no en otro precisamente porque no se conciben en otros lugares. Como muestra, los alemanes o los ingleses no tienen una palabra en su idioma para referirse a la paella, y que no exista un término equivalente en su idioma de forma natural (como ocurre con “agua”, “water” y “das Wasser”), no quiere decir que la paella no exista, sino que en su realidad no existe porque no forma parte de su gastronomía.

Es por eso por lo que normalmente los colectivos tradicionalmente oprimidos por la sociedad dan tanta importancia a las etiquetas y las crean, porque con ellas tratan de visibilizar realidades que no existen a ojos de los colectivos privilegiados. Cuando algo se nombra, existe.

También funciona al contrario: podemos crear realidades que no existen utilizando las palabras. Si usamos palabras de modo despectivo, podemos conseguir modificar la percepción que se tiene de dicha palabra. Por ejemplo, si llamamos a alguien “gordo/a” como burla, se acabará pensando que se trata de un rasgo negativo, cuando en realidad no lo es.

Aún hay más: es tal la importancia de las palabras para nuestro cerebro y nuestra realidad, que un diálogo no solo puede tener efecto sobre nosotras cuando interactuamos con otro ser humano, sino que también nos influye cuando hablamos con nosotras mismas: está demostrado que un diálogo interno negativo es tan nocivo como escucharlo venir de otra persona.

Hay veces que somos muy intransigentes con nosotras mismas y nos decimos cosas que no permitiríamos que otra persona nos dijera. “Soy inútil”, “¿por qué soy tan torpe?”, “todo lo hago mal”, “esta persona tiene cosas que yo no tengo”, “nadie quiere estar conmigo”, “tengo que seguir trabajando porque no es suficiente”, “seguro que ese comentario iba con segundas”… Sí que es cierto que muchas veces es inevitable que ciertos pensamientos nos ronden la mente de vez en cuando, porque somos humanos y en nosotras surgen emociones, pero tener un diálogo interno negativo de forma sistemática es más problemático de lo que puede parecer.

Como señalé en párrafos anteriores, el poder de la palabra reside en que es capaz de crear realidades, y eso es exactamente lo que pasa cuando nos repetimos cosas negativas: que la forma que tenemos de vernos se acaba distorsionando y aparecen problemas de autoestima, el archiconocido síndrome del impostor, empezamos a desconfiar de la gente… Y al final acabaremos pensando que todo lo negativo, que lo que nos decimos es cierto porque es lo que nos hacen pensar las señales que recibimos del entorno, sin tener en cuenta más factores. Quizá solo hayas tenido un mal día y las cosas te hayan salido regular. Puede que cuando llamaste a tu amiga para quedar tuviera cosas que hacer y se viese obligada a rechazar tu propuesta, pero quedará contigo en otro momento. A lo mejor no haces todo mal, sino que exclusivamente te fijas en los fallos que cometes.

Es importante darse cuenta de si estamos siendo totalmente objetivas porque, entre otras cosas, estamos expuestas a todo tipo de contenido en internet y, por lo general, la vida de los demás parece completamente perfecta, los estándares parecen estar bastante altos y es fácil acabar infravalorándose.

Además, es irónico que el proceso de autocrítica, en lugar de hacernos mejorar, muchas veces nos empuje a dudar de nuestra validez y acabemos exigiéndonos más. Es cierto que es imposible saberlo todo o hacer todo perfecto, y cualquier persona tiene derecho a equivocarse, aprender y rectificar, porque cada una venimos de un contexto diferente, hemos aprendido cosas distintas y se nos ha educado (consciente e inconscientemente) en un sistema y en un entorno que influye en nuestra forma de ver el mundo; pero ver el mundo con ojos críticos y estar en constante aprendizaje no es motivo para dudar de lo que hemos aprendido ni de nuestras experiencias. No hay que tener miedo a equivocarse ni a reconocer nuestros puntos débiles, porque precisamente el cambio reside ahí. Conocernos es la llave para crear nuestra mejor versión, pero tratándonos siempre con amor, tolerancia y comprensión.

Referencias
  • Casado Velarde, M. 2011. El poder de las palabras: lenguaje y manipulación. Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, 134, 162-174

  • Díaz Rosales, J. D. 2011. Mitos y ciencia: Brujería, herbolaria y autosugestión. Bol Mex His Fil Med; 14 (1): 28-29

  • Díaz Viana, L. 1986. El juglar ante su público: diversas formas de actuación juglaresca. Revista de Folklore. Tomo 6b. Núm. 69.

  • Dodet, M. 1998. LA MOVIOLA, PSICOTERAPIA, AÑO 4, N.13, 89-93

  • García, R. 2006. La construcción de la realidad a través del lenguaje. Eikasia Revista de Filosofía. https://www.revistadefilosofia.org/construccion.pdf

  • Kross, E. et al. 2014. Self-Talk as a Regulatory Mechanism: How You Do It Matters. Journal of Personality and Social Psychology.

  • Oswaldo Orellana, M. et al. 2009. ESQUEMAS DE PENSAMIENTO DE AUTODIÁLOGO POSITIVO Y NEGATIVO Y ESTILOS DE APRENDIZAJE EN ESTUDIANTE UNIVERSITARIOS. Revista IIPS (Universidad Mayor de San Marcos, Lima, Perú).

  • Parra, M. (s.f.). La hipótesis Sapir-Whorf. Departamento de Lingüística, Universidad Nacional de Colombia.

  • Sainz de Baranda, C. y Blanco Ruiz, M. 2020. Investigación joven con perspectiva de género. Instituto de Estudios de Género, Universidad Carlos III de Madrid.

  • Sapir, E. 1931. Conceptual categories in primitive languages. Science.

  • Schaff, A. 1967. Lenguaje y Conocimiento. Editorial Grijalbo: México.

  • Siegrist, M. 1995. Inner Speech as a Cognitive Process Mediating Self-Consciousness and Inhibiting Self-Deception. Psychological Reports.

  • Stam, J. H. 1976. Inquiries into the origins of language. Nova York: Harper and Row.

  • Uriarte Ulargi, J. 2006. La recepción del lenguaje en la evolución humana: detalles sociolingüísticos. Universidad de La Rioja. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2317765

  • Vygotsky, L. S. 1962. Thought and Language (Cambridge, Mass.: MIT Press).

  • Whorf, B.L. 1956. Language, Thought and Reality. The M.I.T. Press, Massachussetts.