La chica única o la única chica.
Recientemente vi un documental llamado “The women and the waves” que me hizo reflexionar sobre el papel de la mujer en sectores totalmente masculinizados, hasta el punto de tener ellas la entrada vetada. Estas mujeres, sin embargo, entraron en esos sectores sin preguntarle a nadie y sin pedir permiso. No obstante, hubo una parte que me resultó curiosa, pues una de las primeras surfistas, que mencionaba que ella había comenzado siendo la única mujer de su grupo de surf, vio amenazada su posición al incorporarse otras mujeres, preguntándose: “¿Qué hacen? ¿Por qué quieren surfear? Yo era la única chica aquí”…
Esta mecánica que nos rodea a todas las mujeres desde que nacemos y que influye a lo largo de nuestra vida y en la forma en la cual nos relacionamos con nuestro entorno, en especial con otras mujeres tiene mucho que ver en la configuración de nuestro ser. Mientras a los hombres se les enseña que para ser exitosos tienen que cumplir una serie de requisitos derivados de la masculinidad hegemónica, a las mujeres el único requisito que se les solicita es que encajen en unos cánones que son aprobados por hombres. Una mujer que sea “merecedora” de la mirada masculina, puede destacar y decir que es alguien que ha triunfado en la vida. De esta forma nuestra autoestima depende de la aprobación de los demás y no de nuestros propios logros.
Mientras crecía, ser “única” desde una perspectiva masculina se convirtió en una especie de mantra para mí. Este me elevó al olimpo de las «Diosas» que transgreden las normas sociales impuestas –o al menos creen que lo están haciendo–.
Como consecuencia, cuando no encajaba en los cánones, esperaba una respuesta negativa femenina: «eres una vergüenza», «no eres nada femenina» y miles de lindezas que vienen inclusive de tu propia familia, entorno y allegados.
En contraposición logramos despertar la admiración del sector masculino. Ese que nos celebra y admira por ser “diferentes” y “transgresoras”. Mientras más nos vamos adentrando en esa validación, más placentera se convierte y, por consiguiente, se perpetúa. Eres como una superestrella, sientes una sensación embriagante que te absorbe por completo, y pasa a ser parte de ti y tú parte de ella.
Esa búsqueda de validación te lleva a compararte con otras mujeres, ya sean tus amigas o mujeres famosas del mundo del entretenimiento. Y si tú no te comparas, ya lo hace los demás, como vimos en el halftime show de la Super Bowl LIV, donde Shakira y JLo fueron las artistas, y no se habló de cómo ambas habían hecho un gran espectáculo representando al público latino, sino que se enfocaron más en cuál lo había hecho mejor, quién era más guapa, quién era mejor bailarina, quien era la más famosa, etc.
El problema es que esto te termina consumiendo. Al final, con suerte, te das cuenta de que empiezas a replicar conductas que el patriarcado impone para poder seguir perteneciendo al grupo. Estas bajo constante escrutinio, como teniendo que probar que mereces el lugar que los hombres te están dando, y que debes conservar como Gollum con su tesoro.
Mientras tanto has criticado a otras chicas, las has tildado de tontas por replicar lo que la sociedad asume como femenino y te dan asco sus actitudes, llegando a culpabilizarlas de la violencia que puedan recibir. Si se parecieran a ti, nada de eso les ocurriría.
Como comprenderá es algo que rodea a las mujeres en todos los ámbitos de nuestra vida. La parte buena es que vamos rompiendo poco a poco esos moldes y siendo más sororas con nuestras compañeras y hermanas. Al final, como dice Nathy Peluso “todas somos diferentes y únicas a nuestra manera”.
¡Feliz finde!
“Todas somos diferentes y únicas a nuestra manera”. Me encanta.